Adán Levy logró darle la vuelta de tuerca a la ingeniería mecánica, ese oficio que parece tan rígido y alejado de las cuestiones humanitarias para cumplir con lo que le quemaba por dentro: la pasión por construir y el impacto social. Este treintañero se autodefine como un nerd que de chico se quedaba los fines de semana encerrado programando con un amigo porque quería saber como funcionaban las cosas por dentro.
Cuando terminó la secundaria Adán no necesito un test vocacional para saber qué quería ser, porque quería ser muchas cosas y así lo hizo. Empezó a estudiar paralelamente Ingeniería mecánica y maestro de nivel inicial. Así fue que se recibió de “seño” y dio clases a chicos de 3 a 5 años, quería participar de ese primer momento tan humano donde se aprende a aprender, y el aprendió a enseñar. Afirma que le daba la posibilidad de estar en contacto con un momento muy creativo de los niños, donde se crece, se aprende y también se juega. Sabía que tenía que apuntar a una transformación y eso estaba en la enseñanza inicial. Paralelamente al trabajo como maestro jardinero, siguió la carrera socialmente correcta para un hombre, ingeniería mecánica en la UBA, lo que le permitía estar en contacto con otra de sus curiosidades, las máquinas.
Y llego el 2001 con una de las peores crisis sociales y políticas que había sufrido el país. Como a muchos de esta generación a Adán, ese momento histórico lo marcó. Dice que esa crisis lo hizo permeables al entorno social más que nunca. Un día estudiando en la biblioteca de la facultad vio por la ventana a toda una familia comiendo de la basura, por alguna razón no pudo hacerse el distraído y se prometió a si mismo algún día hacer algo para cambiar esa realidad. Entonces, como buen ingeniero Adán diseño su plan de vida. Pensó dedicarse a la ingeniería, adquirir experiencia y generarse un excedente para poder pagar su propio tiempo y a partir de ahí, poder dedicarse a cumplir su promesa de comprometerse activamente con la cuestión social.
Pasaron 10 años después de esa crisis y también de esa promesa. Adán logró hacerse ese excedente que había planeado, había llegado como ingeniero mecánico a gerente de área, el lugar donde socialmente “debía llegar”. Pero el entorno no había cambiado demasiado. Todavía había gente con necesidades que no lo dejaron dormirse en su zona de confort.
En aquel momento Adán tomo una nueva decisión, otra vez poco ortodoxa y renuncio a su trabajo. Para peor, no tenia plan B, no sabia que iba a hacer después de eso. Lo único que sabia era que tenia que cruzar esos dos mundos donde vivía, el de las máquinas y el de lo humano.
Esta vez se puso un plazo de un año para tener un proyecto. Desarrolló entonces en Argentina lo que en el mundo se conoce como la organización sin fines de lucro, Ingenieros sin Fronteras. Esta ONG mundial promueve el desarrollo sostenible mediante la participación voluntaria en proyectos concretos de ingeniería y el trabajo en colaboración a partir de un enfoque integral de las problemáticas sociales. La primera persona que se acerco para colaborar en la implementación del proyecto en el país, fue una antropóloga. A partir de ahí se sumaron varios grupos de personas provenientes de diferentes profesiones y oficios que tenían intenciones de desarrollar la misma idea. Pasaron a llamarse Ingeniería sin Fronteras Argentina para reflejar la diversidad que los caracterizaba.
Hoy ISF-Ar lleva 3 años en Argentina. Cuenta con 137 personas participando activamente en más de 20 proyectos en 6 provincias del país. Adán describe ese proceso desde que dejo su trabajo hasta la implementación formal de la ONG como “Arduo, desafiante, transformador y doloroso pero profundamente emotivo”.
Este ingeniero cuenta que lo interdisciplinar de ISF-Ar es fundamental en la construcción de una mirada mas global que alcance a los protagonistas. Todos los proyectos cuentan con la participación de la gente local, “sin ellos no funciona”, afirma Adán. Se trata de lograr una escucha activa y comprometida para desarrollar ese vínculo y trabajar sobre su autonomía a través de proyectos concretos. La idea es que los lugareños se comprometan con el diseño y la implementación del objetivo para que sea un trabajo en conjunto.
En ISF-Ar trabajan en el tendido de redes cloacales, instalan filtros para eliminar el arsénico del agua y para tratar los efluentes cloacales para que las napas no se contaminen. También construyen viviendas, aulas y jardines de infantes. Pero sobre todo construyen puentes, de los que ayudan a llevar un recurso tan básico como el agua a zonas rurales aisladas pero también de esos que unen a la gente y generan posibilidades. Los puentes que trascienden justamente las fronteras, los limites y los hacen desaparecer o por lo menos que no sean tan difíciles de cruzar. Adán lo define parafraseando a Cortázar: “Un puente, es en realidad un hombre cruzando un puente, es lo que sentimos cuando construimos alguna obra. Las obras son los humanos que luego las van a habitar, atravesar o utilizar, y esa realidad humana gravita en el diseño que realizamos.”
“Arduo, desafiante, transformador y doloroso pero profundamente emotivo”
− Adán Levy
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